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viernes, 27 de marzo de 2009

Tianquiztli del jueves (mercado sobre ruedas)

Lindo día o noche, según sea, a todos los que visitan mi blog. Cerca de mi casa hay un tianguis que ha elegido el día jueves para ponerse. Este post lo pensé poner hace dos días, pero por cuestiones de trabajo escolar no había podido hacerlo. Les pido una disculpa adelantada y me retiro dejándoles mi último escrito.



“La vida se hace en las banquetas justo al salir el sol, y muere cuando se acaba el día”, me dijo el comerciante que tapizaba toda la cera con un sin fin de cachivaches, “hay quienes se mueren de hambre, pero nunca falta quien se resista. Yo soy un guerrero”, dijo y voltio su cabeza para seguir trabajando.
Conforme se va adentrando en el tianguis, uno, se va convirtiendo en una especie de callado escupitajo dentro de un océano de voces que van y vienen sin rumbo fijo. La gente, que se cuenta por cientos, camina como embrutecida por la belleza de colores y aromas que simulan algún cuadro Hippie. Viajar al mercado sobre ruedas es tanto como volver al pasado. Un pasado que refleja lo necio de un espíritu que no acaba por sorprendernos. Ya no encontraremos, como en la en la época de la colonia, piedras preciosas ni plumas exóticas o mujeres que se intercambian por un costal de papas o cinco chivas, jade o caracoles. Aquellos ecos inmemoriales han sido suplantados por estos:

“Lléveselos, sirve que hago la cruz, ándele, señora”. “recién me los acaban de traer, están bien pintaditos y no son de fantasía, pura artesanía de la buena. Chéquele para que vea”. “Una limosnita por caridad”. “¿Anda buscando herramienta pa´l carro? Aquí tenemos”. “Haaaaaaaaaaaaay carnitas, lleve las carnitas”. “A diez pesos lo de la tarima”. “Lleve el cono de nieve para la niña y el niño”. “¿Cuánto ofreces? Bien, dámelo”. “Ya no le puedo bajar de precio”. “¿Se lo cuido, joven, también le echo una lavada?”. “Lleve el dulce de biznaga. Chicles, cigarros, chocolates, cacahuates, palomitas”. “Pásele, pásele”. “Tenemos toda la verdura que anda buscando”. “¿No va a llevar churros?”. “La extraaaa, periódico La Clave, La clave. Vanguardia”. “¿Le echo salsa y limón?”. “Veneno para las ratas y las moscas”. “Deme una moneda, por favor”. “A cinco pesos las papitas y los chicharrones”. “Elotes, llévelos calientitos. Conchitas y nachos. En vasito”. “Dónde quedó la bolita. Adivine y le doy lo doble del billete que ha puesto”. “Le pongo grasa a sus zapatos, maestro?”. “¿Se la sirvo de mango o de horchata?”. “Tenemos tenis Nike, Adidas, Fila y Puma. Todo original”. “Vara-vara. Vara-vara”. “¿Me das pa´ un taco?”. “Adiós, mamacita, que linda estás”. “¿Buscas short’s?”. “Películas y música pa´ que no te aburras, amigo, ya tengo los estrenos”. “Nopales del rancho de la Angostura”. “Chiles piquín, de árbol, serranos y hasta habaneros en escabeche”. “Hierbas de olor, ruda, anís, árnica, tila, orégano, menta, eucalipto...”. “¿Le sirvo otra orden de harina o de maíz?”. “Cotorritos y loritos a cien pesos. Los cardenales son más caros”. “El trajecito de niño dios, velitas, velas grandes, confeti, sillita...”. “Pollitos de colores, pa´l chamaco”. “Flor de palma y cabuches. ¿Ya llevó comida para cuaresma, señito?”. “Patrón, traigo un estéreo para su carro, con bocinas y toda la cosa. Deme 400 pesos. ¿cuánto trae?”. “Un cachito para que te lleves el premio mayor, mi buen”. “Una cooperación para que la banda siga tocando”. “Baratas las bicicletas”. “nomás traigo 35, ¿se hace o no?”. “¿Amarillo o rojo?”. “Tiernitas, tiernitas las calabazas”. “A veinticinco varos la docena de gorditas”. “Pura ropa de marca. Está barata para que se la lleve”. “Helada o al tiempo. Está fuerte el calor”. “No te lo puedo bajar más de precio. Lo que te dije es lo último”. “Échame la mano. Hoy por ti y mañana por mí”. “Ahorita te consigo unos de tu talla. ¿Me dijiste del número 9 verdad?”. “La chalupa, el venado, las jaras, el cotorro...”. “Cumbia, cumbia, cumbia. Con los Vallenatos”. “Ahí me los debes para la vuelta”. “Los monos de peluche son nuevos, algo dañaditos por la movedera, pero nuevos”. “Televisiones, DVD´s, modulares... Todo se lo damos en quincenas”. “Quesos y chorizos”. “Controles remoto RCA para su televisor. Los traemos rebajados”. “Poster´s de Gokú y de la selección mexicana de fut-bol”. “Ropa. Lleve el pantalón para usted, señorita. Una camisa para el esposo”. “Güerita, tengo un ofertón para ti, ven”. “Hoy no traigo libros ni revistas, pero la próxima semana cargo con dos o tres cajas que dejé en la casa”. “Llévele, llévele. Ya casi nos vamos”. “¿Le sirvo la otra?”. “Este pay es casero. Los pasteles también. La vieja receta de la abuela”. “Viene, viene, viene. Quiébrate. Tuerce todo el volante”. “Todo te lo dejo a precio, señorita, todo al menor costo. No vas a encontrar mejor calidad ni el más bajo costo”...

Después de las compras vienen los oídos tapados y la garganta seca. La tristeza y el silencio regresan cuando uno se retira a su hogar, entonces el mercado sobre ruedas tendrá que pensar en su nueva ubicación. Cada semana repite su itinerario como el astro repite su travesía. “La vida se hace en las banquetas justo al salir el sol, y muere cuando se acaba el día”.



Por Sergio Iván Ramírez Huerta

miércoles, 18 de marzo de 2009

UN RECUERDO

Recordar es la única manera de detener el tiempo.
Jaroslav Seifert


De pronto se quedó solo, recordaba.
La negrura de la noche
jugaba al ajedrez con el silencio,
había náufragos en una cama
y éstos hacían olas con sus cuerpos, desnudos,
y nadie, excepto abril, los miraba.
Poca sangre en los secretos
de las sábanas calientes
escurría para perderse como el eco.
Dos cuerpos que detenían el tiempo
para después comerse a besos
y amarrarse con las piernas.
Los gemidos bailaban
encendiendo la carne brutamente roja.
... y un orgasmo que no llegaba.

Aun estaba solo y seguía recordando,
tenía en su memoria las formas femeninas
de una flor que no se borra.
Él era un caballo desbocado, perdido,
corría descalzo por un abdomen blanco,
por unos senos palpitantes y sencillos.
El mundo gritaba desafinado
cantando palabras prohibidas
y ellos no se daban cuenta.
... y un orgasmo de pronto llegaba.

Tal parece que los recuerdos lo adormecían,
entonces él estaba con ella.
Ahora su mente está partida,
y sonríe, porque se percata
que una margarita, en el recuerdo, se deshoja.


POR SERGIO IVAN RAMIREZ HUERTA

jueves, 5 de marzo de 2009

Pectinicülus, domador de leones




—Si no fuera por este circo, por más amolados que ándemos, quién sabe onde andáramos. Yo no sé ler ni escrebir. Tal pareciera que yo nomás vine a nacer pa´ domar lo mismo leones que cocodrilos o perros o lo que me anden poniendo en el frente. Es duro pesado y mucho miedo tenerlos cerca de la vista de uno. Mucho miedo del bueno. Chicote en mano derecha y la izquierda con el “escudo”. Pa´l tal “escudo” ese que venga una silla o la lámina de mi traila que pongo de puerta porque no tengo. Digo, ahí me duermo como buki que no quiere pelar los ojos por estar bien mucho a gusto. Bueno, se mete el frillazo y así nomás lo tapo cuando se viene con todo y no avisa. ¿Y pa´ qué? Da igual donde me dé la nochi o la alba en la mañana de madrugadita cuando va clareando. Te decía. Te digo que ahora no me presto ya más pa´ la bebida y desvelada y menos hora que ya está pa´ luego nomás viéndome qué hago y qué no hago. Si anduve por los Japones y las Argentinas de los Montes, acá en lo alto de ellas donde casi no viven gentes. Camine que camine me la pasé de unas familias en sus casitas y luego haí te voy a otras como si anduviera buscando mendrugos. Cambie y cambie de hospedancia. Comía en donde y de lo que fuera “que hoy no hay, pos no hay y ya a amarrar tripas aunque rechinen”, “que ahora sí, sí y sí, po´s venga tragazón a la boca y más vale que te llenes porque a la mejor mañana no la vivimos pa´ contarla”. ¿Zapatos? Que luego estorban. Ya uso porque no sé de otra que salir pa´ la jaula y entonces me ven y qué han de decir. Que digan esto o aquello no pasa nada pero ya lo ves cómo son. También me han dicho que no es de nombres el mío, “que mira lo que trais de cómo te hablo”, “no, yo no me gusta decirte así, nunca. Te diré como quieras, pero no así como te nombran”. Pectinicülus. Pectinicülus, qué fregados les cuesta de abrir la boca como mis animales que domino en sus banquitos pa´ decir lo que no quieren. Si ellos hasta he pensado que me están hablando en un idioma que no se les entiende muy bien, así como de los diablos o no sé. Nunca he oído hablar a los diablos pero han de ser bien que iguales con gemidos y bramidos y gritos y ganas de matar y tragarse todo ensangrentado. No les gusta que vengan y se metan y los quieran querer otros que no venga a ser yo. Así te lo digo. A mí me costó ¡puta! Un chingamadral de tiempos de días que ya no me acuerdo cuántos fueron. Total, que me los vine a ganar de poquito a poquito. Como que yo nací, mira pues, con un don que vengo a pensar me lo aventó un brujo allá en las selvas donde anduve de morro ya hace mucho o si no es de ahí entonces no sé de dónde lo pude agarrar. A mí me hacen caso. Ellos me han de entender y no las gentes que hacen como que sí y en verdad no. Se hacen como muy entendidos y pa´ nada. No soy pa´ traparme al alambre o a la llanta pa´l pedaleo, me caigo y ya no habrá ni jaula ni miradas ni papilla. Yo nací así como me ves y tú así como estas, pa´ qué nos vamos a sentir lo que nunca seremos ni somos. Tú tu talento y yo el mío. La primera ves que me metí con el chicote apretujado de la mano, se me voltiaron los guevos pa´l lado de las nalgas y así me aventé la función. Cuándo había yo estado así como te digo. Nunca lo pensé pero si no lo hago yo, po´s a quién van a meter pa´ que lo maten y luego, a nosostros, se nos acabe la forma de vivir. Y ellos, los leones, eran entonces como una docena que siguen siendo hasta ahora. Uno que otro más pero es la misma chingadera que viene al caso “uchile pa´ allá, pa´ allá, váyase, ¡que sube por las escaleritas acomodadas y luego un salto! Saludo, ¡gruñido y vuelta como perro! Uchile, a su caja. El que sigue”. Así es todos los días de función. Los leones son los mismos y yo también. Son como el encanto de los animales entendidos que pa´ luego les hablo y me hacen caso como hijos que, claro, no quiero tener ni tengo pero a veces sí me los imagino conmigo a mi lado. Se trepan y encajan garras “que haste pa´ allá”, y se van ya cuando clavaron y sacaron la sangre pero ellos no saben de cuál daño que han de hacer. Cuál. La sangre es sangre y no la huelen a lo menos que seas un venado, uno de esos que saltan como pescados pero en la tierra. Cuando me enfermo no hay enfermedad que me acueste. Ya. Ni bañarlos ni nada a manguerazos porque luego se enojan y se desquitan. Ya no sería la sangre sino la carne toda negra y tarda en cerrarse. Mañana será la otra y entonces te sigo contando. El día viene y hay que salir a dar los huesos pa´ que los perros de las miradas en las butacas nos coman o nos entierren en cualquier arenal.




Por Sergio Iván Ramírez Huerta