Seguidores, bienvenidos. Preparados que la función va a comenzar...

miércoles, 18 de agosto de 2010

EL NÁUFRAGO



Resulta que preparó todo para meterse a la ducha. Acomodó las sandalias justo en la puerta del baño para no pescar un hongo. El retrete limpio, la toalla seca, el shampoo, el enjuague, el jabón, el estropajo, la ropa que usaría..., todo estaba perfectamente acomodado y alineado como si fuera mandato astrológico. Abrió las llaves del agua al mismo tiempo para lograr una temperatura cómoda y tibia... Hasta ahí todo iba perfecto.

El problema fue una vez que se quizo colocar bajo la regadera. Colocó un pie y al sentir las primeras gotas una extraña fuerza lo obligó a retroceder. El agua, ante su mirada, parecía una corriente dispuesta a llevarlo por el resumidero que, cosa tan demás curiosa, se hacía grande y chico, como si fueran las fauces de Caribdis que trataran de tragárselo. El cuerpo dejó de responderle y se convirtió en un guiñapo de hombre, ¡vamos, en una marioneta sin hilos! Cuando quizo abrir la puerta para salir huyendo, no tenía fuerza siquiera para girar la perilla. Los dedos empezaron a tomar poses artríticas. La boca se torció un poco, pero no lo suficiente para callar los gritos de terror que sólo pudieron ser ahogados con la falta de aliento. Arrastrándose buscó un rincón donde no pudieran alcanzarlo las gotas de agua. !Maldita sea! No había cortina ni puerta corrediza que pudiera separar aquel chorro desmedido que poco a poco iba creciendo, pues el resumiero actuaba como cómplice al no quererse tragar por completa aquella laguna que iba formándose. No sé de donde sacaba fuerzas para seguir gritando y llorando. El cuarto de baño se hizo chiquito y no había forma de salir.

Al verse perdido comenzó a rezar. El agua comenzo a invadirlo todo. Ya no había escapatoria. La puerta no se podía abrir, pues la fuerza iba mermando.

Los tobillos fue el primer lugar de su cuerpo donde sintió helado, luego caliente y despues ya ni siquiera sentía. Poco a poco iba subiendo el nivel de agua por su piel y con ello la sensibilidad se iba perdiendo. El terror se había apoderado de él, ya estaba tirado en el piso con la boca completamente chueca. Los ojos desorbitados como pez que sacan rapidamente del fondo del océano. Sus lágrimas iban a encontrarse con el agua que seguía saliendo de la regadera. Después de sus tobillos siguieron las piernas completas, luego el estómago y los brazos. Poco a poco se iba perdiendo en la ducha común. El nivel del agua se iba incrementando y el resumidero se negaba a seguir tragando líquido. Ya no sentía su cuerpo, pues sabía que lo siguiente en ser sucumbido era la cabeza. No podía pararse. Una vez que el río entró por su boca torcida, la garganta no pudo dar cabida a tanto. Era un pedazo de carne que se perdía en el baño. Le temblaron los ojos como si un grito aterrador quisiera escapársele, cosa extraña, pues cada bocanada era un trago más de agua.

Primero la mirada vidriosa como los pescados que venden en las tiendas departamentales. La boca no se le pudo enderezar pese a no sentirla. El chorro de agua nunca se detuvo. Flotaba, flotaba como una madera tirada en el mar por algún barco. Todo flotaba, el shampoo, el enjuague, el jabón, la toalla..., etcétera. Todo perfectamente alineado como los astros cuando sube la marea.



Por Sergio Iván Ramírez Huerta