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jueves, 19 de julio de 2012

EL LIBRO ABIERTO



Entré a la biblioteca y me empezaron a sudar las manos, ese fue el primer síntoma. Los ojos se me movían de un lado a otro tratando de encontrar un título que nunca antes imaginé ni pensé encontrar, es más, ni siquiera traía ganas de leer en ese momento. ¡Cómo carajos voy a saber qué leer si mi intención únicamente era visitar aquel recinto para recordar mi niñez! Cada pie quería dirigirse a su lado, ya retrocedía, luego avanzaba y buscaba algo en los anaqueles, enseguida me pasaba a otro y la operación era la misma, anaquel tras anaquel, en cada uno tardaba de cuatro a cinco minutos en revisar las seis hileras de ejemplares. Parecía un animal buscando su presa. El sudor bajaba de mi frente y la camisa empezó a humedecerse del pecho y la espalda. "Dónde estás, dónde estás", una voz en mi cabeza, "dónde estás, dónde estás". Mi labio inferior empezó a temblar y supe que nada andaba bien.

A su derecha están los de estadística, historia, religión, física aplicada y lenguas extranjeras, joven  dijo la anciana. Aunque si lo que quiere es algo de geografía, lógica, novelas, química, derecho..., todos esos están en la planta alta. Si busca uno en especial, ahí está el fichero.




Esa voz me era familiar y chocaba con lo que hacía hueco en mi mente "dónde estás...". Me limité a no contestar y seguir buscando por mi propia cuenta sin ayuda de nada ni de nadie. Cada libro, cada portada, cada título, cada tomo... Los visitantes, al verme cerca de ellos, se iban retirando uno a uno. Me empezaba a quedar solo y eso en una biblioteca tan grande no es bueno. De pronto llegué a la sección titulada "Grandes cuentistas de la literatura universal". Mi corazón empezó a latir deprisa. No había duda, ahí estaba lo que andaba buscando pero no sabía a ciencia cierta qué era aquello, podría ser cualquier cosa, inclusive alguna frase o enunciado dentro de los millones de letras de aquellos ejemplares del anaquel.


¿Lo puedo ayudar en algo, joven? otra vez la vieja.
No, si la requiero yo le llamo, retírese por favor, yo busco por mi cuenta.
La mujer se fue con cara de espanto al ver que yo babeaba y mi dicción estaba totalmente atrofiada. Noté que bajó las escaleras a toda prisa y salia por la puerta principal sin voltear a ver a nadie. El recinto estaba solo y aún estaba el sol en plenitud. Los dedos, al hojear cada libro, denotaban una especie severa de artritis. "Dónde, dónde...". Conforme avanzaba en la búsqueda, las víctimas deshojadas se iban a pilando en el suelo. Empecé a lagrimear y mi visión era poco lúcida.

De la parte inferior tomé un libró con pastas color marrón, lo llevé a pocos centímetros de mis ojos y no pude notar las letras. Los ojos me ardían por el esfuerzo. "Éste es, éste es". Ya no pude moverme, quise bajar y tomar una silla para tratar de leer, pero mis piernas no respondían. Me resigné a estar parado con el libro abierto. Todo era difuso y una sensación de atracción me empezó a someter como si miles brazos me quisieran arrastra y meterme en las páginas. No podía luchar con mis extremidades artríticas, mis labios secos, mi vista nublada, mis dedos chuecos, mi lengua dormida y mi nulo olfato. "Éste es, éste es". Caí en algo parecido al orgasmo; un sueño que se va entre los dedos, en un rio pequeño que recorre el mundo y se pierde en el mismo lugar de donde salió.


Yo ya no existía como tal. Los libros seguían apilados en el suelo y así se mantuvieron toda la tarde, noche, madrugada del siguiente día y mañana, justo cuando entraron los bibliotecarios del turno matutino.

Quién habrá tirado todos estos libros. Gente sin cuidado que no sabe respetar lo ajeno dijo el hombre de pelo cano. Ahora habrá mucho trabajo al organizarlos de nuevo.



Conforme acomodaba cada libro en su exacto y preciso lugar, no perdía la ocasión en leer algunas lineas de cada uno. Le pareció extraño aquel ejemplar color marrón abierto por la mitad. Más rareza le causó que las letras le hayan sido borradas de tajo en todas las páginas, la única que permanecía inalterable era la última, en ella había el dibujo de un hombre artrítico que es atrapado por una hoja blanca y su parte inferior se puede leer "Entré a la biblioteca y me empezaron a sudar las manos, ese fue el primer síntoma. Los ojos...".

Al hombre le pareció poco interesante el ejemplar y lo cerró para colocarlo en su único y perdido lugar donde alguien batallaría para encontrarlo, quizá tendría que recorrer anaqueles tras anaqueles. Cuando se cerró aquel libro, los ojos dejaron de lagrimear y ya nada supe de mí, como si alguien apagara una luz y todo en mi fuera penumbras y espera.



Por Sergio Iván Ramírez Huerta


martes, 17 de julio de 2012

Ha pasado tanto tiempo de tener olvidado este sitio, que olvidé la contraseña que pide al entrar. Batallé mucho en poder meterme. Como si el blog, en total despecho, también se ubiera olvidado de mí y adrede me haya echo trastabillar. Ya estoy de vuelta con nuevos bríos y con nuevas historias que poco a poco iré plasmando. Ojala aún me queden algunos seguidores "en-activo" que me hagan comentarios. Gracias por leerme y pronto vuelvo.