Alexei Ivánovich es, sin duda, un personaje tan redondo como gris. Todos somos Alexei Ivánovich
–F. Dostoievski
Es cierto que estamos frente a un personaje extranjero en todos los lugares del mundo. Representa a los rusos, sin embargo, él acepta que todas las nacionalidades compiten en desajustes, incongruencias y defectos. Desde el primer capítulo nos muestra una serie de pleitos verbales. En voz alta y sin pedir la palabra se mete en conversaciones de las que carece de arte y parte: sólo con el fin de reñir, pues le da lo mismo un polaco que un francés.
No hay duda de que el lector aprecia y -¡oh, conciencia vil!-, hasta llega a identificarse con los personajes principales. Todos tenemos nuestra propia “ruleta”. Un vicio esférico que nos muestra la circularidad que envuelve a los seres humanos. ¿Por qué nos vemos reflejados en los personajes llenos de problemas? La respuesta más lógica sería: “por que nosotros estamos envueltos en una nube que contiene todos los problemas posibles, tanto existenciales como morales, religiosos o físicos”.
Alexei Ivánovich tienes varios conflictos. Carece de autoestima y valor para demostrar sus sentimientos de una manera razonable. Siente celos. No sabe conducir sus intereses. No encuentra algo que lo lleve a la satisfacción. Se puede tomar “la victoria frente a la ruleta” como una satisfacción, pero no es plena, ya que lo mueve un interés mayor: conquistar a una dama, desafortunadamente, “la ruleta se vuelve contra él”. La mujer no aprecia el dinero como un escape a su situación de desprecio o de impotencia.
Ahora tomemos el juego de la ruleta que Ivánovich como confiesa en el capítulo II, que el juego no es de su agrado, aunque el corazón le palpita.
Como también yo estaba entonces poseído
en el más alto grado del deseo de ganar,
todo este interés y toda esa sucia
avidez, si lo queréis, al entrar en la sala,
me resultaron algo cómodo y familiar.
El personaje tiene una panorámica basta sobre todo lo que envuelve al juego. Ha clasificado a las personas que asisten al casino en verdaderos caballero y simple gentuza u observadores. El interés y las trampas en que se basa y descansa la banca. Conoce a la perfección el ambiente y las personas que intervienen dentro del juego. No ignora las suertes fortuitas, el orden y el extraño sistema que engloban a la llamada “suerte”.
Me parece clave una frase que señala dentro del capítulo IV “hubiera debido retirarme entonces, pero sentí en mí una sensación extraña, como un deseo de desafiar al destino, al darle una bofetada, de sacarle la lengua”. El ser humano nunca se ha podido ajustar a los cambios repentinos. Carece de muchas respuestas ante la simple existencia, por ello ha creado dioses y ha enaltecido su propio orgullo. Se ha sabido valer de la ciencia y la tecnología para hacer un poco más placentera su presencia, sin embargo, el tentar al destino no es algo nuevo, lo vemos representado de alguna forma en la literatura griega, es decir, volvemos a la circularidad del tiempo, como la pelotita que gira en la ruleta, cae en un espacio rojo o negro, para volver a hacerlo unos minutos después.
Dicen que la necesidad es la madre de todos los inventos. En nuestro caso, no se puede tomar de la misma forma el dicho. Nuestro personaje tiene la necesidad de tener dinero ya que el dinero lo representa todo. Aquel que lo tenga podrá adquirir la felicidad, aparentemente. Todos dependen de alguna manera de una herencia por alguien que está a punto de “estirar la pata”. El verdadero conflicto se da una vez que aparece el personaje de la abuela de 75 años de edad, Antonida Vasílievna Tarasíevicheva, temible y rica terrateniente y señora de Moscú. Le hace ver el futuro a cada uno y borra del mapa hereditario a algunos otros. Ahí es donde nuestra historia va a tomar rumbo. La vieja se ve envuelta en el ambiente del casino, llega a conocer la gloria y el fracaso en un santiamén.
Lo que resulta atractivo y hasta cierto punto identificatorio con el lector –bueno, en mi caso sí–, son las actitudes que toman aquellos que se evaden del mundo para sólo concentrarse en el dinero y la dirección que ha de tomar la pelotita, como si de ella dependiera el destino y la vida de todo aquel jugador.
La abuela advierte en el capítulo X:
…Según se decía alrededor, llevaba ganados ya
los cuarenta mil, que tenía ante él, en oro y
billetes de banco. Estaba pálido, sus ojos brillaban
y le temblaban las manos; apostaba, ya sin pensarlo,
lo que podía coger con la mano, pero siempre ganaba
y seguía amontonando dinero.
–¡Es una lástima! Va a perderlo todo, él se lo busca…
No puedo mirarlo, no hace más que ganar. ¡Qué animal!
Y es ella la que se contradice a su propia predicción. Los ojos ardientes se clavaron en la bolita que saltaba por las ranuras, luego esa misma mirada se ve torpe y perdida ante la derrota. La persigue la ruina. No es algo actual que el dinero sea el motor que haga funcionar a toda una sociedad, aunque los valores morales se vean pisoteados. La literatura nos lo muestra desde siempre.
Sucede un extraño fenómeno ante la victoria. La persona no puede retirarse triunfante, la sed y ambición de poseer más y más poder lo lleva, en la mayoría de los casos, a un declive que culmina en el suelo.
Si antes mencioné que la necesidad es la madre de todos los inventos; la tentación es la madre de todos los vicios. Alexei Ivánovich se ve envuelto en un giro de la ruleta, y no sólo me refiero al juego, una aparente victoria lo conduce a recuperar un status que pensaba perdido. Una vez que tiene dinero, pierde lo que en realidad buscaba: Polina. En cambio, las mujeres y algunos hombres acuden a él como los buitres acuden a la carroña. Alexei tiene un vuelco impresionante en su vida. Se va a Paris y nuevamente vuelve a ser extranjero. Se casa y es subyugado, aunque ya estaba esclavizado por el juego de la pelotita que gira y gira para caer en el número o color que le de la gana. El dinero juega un papel importante en su vida. Ahora la necesidad se vuelve parte de la tentación.
La obra cierra con un mensaje que no puedo dejar de lado en este texto. Ante todas las circunstancias favorables o no, uno debe saber retirarse a tiempo, una vez que no lo haga, la vida siempre nos da una nueva oportunidad y de nosotros depende saber aprovecharla. Pero no por ello va a dejar de dar vueltas la ruleta, al contrario, esa rotación constante es una bestia que nos ha devorado sin habernos dado cuenta, inclusive, nacimos ya devorados.
¿Qué se siente estar jugando frente al propio destino? Es algo fatal y necesario, un deseo intenso, un escalofrío en todo el cuerpo, temblor de piernas y espanto, un hormigueo de fuego, una intoxicación de la fantasía, en pocas palabras… no sé. Pero lo que haya sido, lo sintió nuestro personaje Alexei Ivánovich y el lector es su cómplice más fiel.
Bibliografía
Dostoievski, Fedor. El jugador. Salvat Editores. España, 1971. Pp. 189.
Por Sergio Iván Ramírez Huerta