Fue cuando metí la lengua al frasco, de esos de mayonesa. Sí, de los medianos. Ándale, de esos meros, de los que nos regaló el gobierno. Dizque traían conservas de chabacano algunos; otros membrillo; otros más de dátil; otros tantos de nanchi. Ahí nos tienes a todos arremolinándonos con tal de que nos dieran uno de cada uno. Estábamos todos los del ejido, menos Amparo, que de Dios goce. Traiban también unas cobijas que pa´l frío. Hazme el mondrigo favor, estábamos en plenos calorazos, era el mes de mayo. Lo recuerdo ahora porque fue en esas mismas fechas cuando se nos murió la que hice mención endenantes. Total, ahí estábamos todos con el griterío. "Dame una cobija y una despensa de mandado", "a mí unos frascos de dátil, los demás ya me los distes", "yo sólo quero la cobija pa´ mí y échame otra pa´ tapar a la virgen porque le está dando todo el sol". Todo iba bien. Se bajó uno mal encarado de la troca, mientras los demás iban aventando las cosas, a naiden le daban en la mano lo que pedía. Parecíamos leprosos o de esos enfermos a los que no se les acerca siquiera la sombra. Amparito no quiso ir que´s que pa no dejar sola la casa. Temía que alguien se fuera a meter, y cómo no, si el diablo nomás anda viendo haber quién se descuida. Aquel mal encarado se subió y de pronto le metieron el huarache al acelerador de la troca y nos dejó como fantasmas de tierra. Ahí andábamos después como meros pordioseros con cobija y compota nueva. Digo, los que alcanzamos cobija y conserva. Los demás se agarraron a chiflarle la madre al conductor y a sus achichincles. Después fue todo un lío encontrar a doña Amparo. Algunos dicen que la vieron allá en la revuelta pidiendo una despensa porque no tenía ni frijoles siquiera, pero la hubieramos visto todos. La buscamos en las demás casas, capaz que le entró el miedito y se fue a buscar refugio. Yo le traía algunos frascos aún sin abrir. "Doña Amparito, doña", le empecé a gritar como loco y nada que aparecía. Entonces ahí es cuando te digo que abrí un frasco y metí la lengua pa´ probar el membrillo. La sorpresota que me llevé al ver que estaba todo engusanado, no lo había visto bien porque la etiqueta lo tapaba todito. Abrí otro y lo mismo. Los de dátil estaban lamosos de tanta resolana que les pegó. Los de nanchi estaban acedos y ya ni pa que menciono los otros. Total, que me encaminé a la fosa. Sí, a la letrina pa tirar todito, excepto la cobija, porque esa, aunque apestosa a muerto, con una lavada en estafiate y gobernadora, se le quitaba el apeste. Tiré el primer frasco ahí donde tiro mis desperdicios del cuerpo. Sonó hueco, como un coscorrón. "Doña Amparito, que hace usted ahí metida". No me respondió nada. Flotaba, como si fuera una pelota de hule color carne. Pa´ luego fui a avisar a todos. Nadie se quería meter pa´ sacar a la difuntita, hasta que llegó uno de sus hijos y la amarró de la cintura con una soga. Podemos asegurar que ella no se aventó sola, estaba en silla de ruedas y el camino pa´ llegar a la fosa es de mucha piedra y arena. No pasan las ruedas de la silla. Alguien vió un bulto que la llevaba cargada y pensó que era su hijo, pero no. Éste llegó mucho después y casi se muere también con la noticia. "Yo creo que fue uno de los que venian regalando cosas, aprovechó la distracción y el griterío. El diablo ya ha matado a muchos como pa´ añustarle otro más, ¿no crees?, le dije a los de la patrulla, pero no me creyeron. Me llevaron al monte y arrancaron un cardón que aún tenía pitahayas, y con ese mero me empezaron a pegar. No me soltaron hasta que dije que yo había sido el que la mató. Desde entonces me la paso de un lugar pa otro. A veces en Santa María o en Los Lirios o en El sesenta. Es hora que no puedo ni quiero regresar al ejido, nomás de la pura vergüenza que me vayan a señalar las demás gentes. Aún conservo los frascos engusanados y rancios y, según sé, es tiempo que no se vuelve a parar la troca del gobierno allá en el ejido. No sé por qué.
Por Sergio Iván Ramírez Huerta