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miércoles, 10 de diciembre de 2008

LA DE LOS TACONES

(Relato basado en la leyenda de saltillo llamada: "La taconera")


—Es como una silueta esfumándose, pasa siempre a las doce de la noche. “Tuc, tuc,... Tuc, tuc”, así se oye. Mucha gente la ha escuchado. La leyenda cuenta que esa mujer bajaba por Juárez y doblaba en Bravo, luego se dirigía rumbo al Ateneo, usaba unos tacones que hacían mucho ruido, iba a visitar a su novio. Nadie sabe como es de la cara pues siempre la han visto de espaldas ya que en sentido contrario, es decir, viniendo del Ateneo pa´ acá nomás no se le puede ver ni oír. Cuentan que aquella mujer fue abandonada por el novio, luego le entró la melancolía y falleció. Así nació la leyenda.

—No puede ser, mi querido Carlos. Yo me la encontré una vez.

—´Inche Félix, ya vas a salir con tus jaladas. Uno no te puede contar una cosa porque de volada sacas alguna estupidez de la chistera.

—No, te juro que esta vez sí es en serio. Yo la vi, pero no me la topé allá donde tu mencionas sino muy cerca de la central de autobuses.

—Que raro. Nunca supe que hasta acá viniera la aparición.

—De verdad, créeme. Era una mujer, muy guapa por cierto, también la vi nomás de espalda y tenía muy buena nalga. Con sus taconzotes hacía mucho ruido al caminar. Voltié hacia la calle y no se veía ningún carro ni la luz encendida de las casas. Nada. Era como la una de la mañana y me dio miedo. La mujer aquella se paró como a una cuadra de donde yo estaba. Me entró valor quién sabe de donde y me decidí a verle el rostro. No me vas a creer pero conforme yo avanzaba hacia ella, ésta se alejaba. Avanzaba yo una cuadra y ella ya estaba en la otra. Así la comencé a seguir como unos diez minutos. Nada de gente se veía en la calle y ya estaba haciendo algo de frío. Pa´ cuando acordé ya andaba yo por el Museo de las Aves y la mujer se metió a un callejón. Me dieron ganas de regresarme, pero ya estaba yo ahí, ni modo de rajarme. El callejón estaba más oscuro que la calle y se escuchaban perros ladrar a lo lejos. Pensé que la mujer sería cosa del diablo o la mismísima muerte con tacones y muy buenas nalgas. Ahí me tendrás medio tembloroso buscándola. Empecé a caminar despacito como los gatos, sin hacer mucho ruido. No tardé mucho para ver de nuevo a la mujer. Estaba de perfil echándose un cigarro, como que me vio de soslayo porque la vi que asomó una sonrisilla, luego aventó el humo y esperó a que me le acercara. “¡Santo Dios no dejes que me lleve la güesuda!” susurré para mis adentros y seguí caminando hacia ella. “Vaya que eres aferrado, qué buscas”, “nada, yo vivo aquí en la zona centro, ya voy pa´ la casa”, “Tu no vives por aquí cerca y yo tampoco”. Aquella aparición dejó de darme miedo. Una vez que le vi el rostro, por cierto no era muy bonita, decidí regresarme. De pronto me dijo “no te vayas, chiquito, $200 pesos con todo y cuarto, está aquí cerca”, “nomás traigo $150”. Aceptó.

—A güevo..., tenías que salir con tus jaladas.

—N´ombre, espérate. Nos fuimos al cuarto, que según ella estaba cerca. Le quité el vestido, los tacones, los calzones... Y ya sabrás. Desde entonces, por más que paso a media noche no me he vuelto a encontrar con aquella que hace ruidito al caminar, a lo mejor es la misma que tu dices pero ahora anda por Juárez o Bravo. Que bueno que me lo comentas, para ir a echarme la vuelta algúna de estas noches, chance y por $150 se vuelva a quitar los tacones..., y los calzones.



Por Sergio Iván Ramírez Huerta