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martes, 9 de octubre de 2012

LÍRICA DE SALIVA




También miró de reojo, a través de la ventana,
 al patio, queestaba ahora abandonado y en silencio.
El solbrillaba afuera. De cuando en cuando, llegaban
voces de otros salones de clase y ruidos de
carretas que pasaban por la calle.
(Paco Yunque, Cesar Vallejo)


El niño Mauricio Ferriño caminaba de un lado a otro con pasos paquidérmicos, la boca abierta pelando los dientes y con algo de masilla en las encías. La hora del recreo empezaba y se le hacían pesados los treinta minutos que duraba aquel.
En la lonchera sólo estaban, intactos, el paquete de galletas azucaradas y la botella de agua que su madre le había dado para que desayunara. No traía ninguna moneda para comprar algo en la tienda del colegio, pero ni falta hacía, ya que nunca atravesaba el patio. La última vez que lo había hecho, el niño Javier, que se sentaba en su misma fila y era hijo de la maestra regañona, lo había hecho tropezar al meterle intencionalmente el pie.
El lugar de Mauricio estaba fuera del salón, caminando de un lado a otro como tren averiado. Solo en su mundo. Aislado. Dando diez pasos, media vuelta, otros diez pasos y repitiendo la misma rutina una y otra vez. La saliva le llegaba ahora a la barbilla y comenzaba a caer al piso. De pronto, se detuvo a ver mariposas imaginarias y figuras en las nubes para, como por arte de una fuerza interna, estallar en una risa gutural, luego reanudaba su andar entorpecido por las agujetas desamarradas, mas no caía. Caminaba pelando los dientes.
Escondido a la vista de todos los maestros, el niño Javier, atravezó el patio en busca de Ferriño, se colocó casi enfrente de él e hizo una mueca de desagrado, como si se hubiera acercado a una letrina.
--Te hice unos versos, Mauricio, escúchalos y dime qué te parecen. Lo hice ahorita que te vi:

Ya hizo caminito,
Ferriño el mongolito,
va por su sendero,
torpe como un cordero.

Mauricio sólo atinó a mostrar una sonrisa dientona y babeante, como si aquellas palabras no llegaron jamás a sus oídos, en cambio, el aire las hubiera transformado en oraciones amorosas que le decía su madre todas la mañanas al dejarlo “te quiero mucho, hijo, eres lo que más amo en la vida”, “¡Bendito sea Dios por mandarme a un hijo como tú!”, “si alguien te hace algo, Dios se lo multiplicará”…
                Javier, cada que componía una estrofa a su raquítico e hiriente poema que tenía como musa inspiradora la presencia escuálida y apelmazada de Mauricio Ferriño, explotaba en carcajadas para cimentar  los versos y causar más efecto en el escucha.
                El poeta escolar volteó para todos lados tratando de buscar la mirada de algún maestro que pudiera pillarlo, pero todos platicaban gustosos y risueños en cafetería, aprovechando el tiempo sin alumnos que atender. Al sentirse seguro, en el casi anonimato, Javier conjuró su nueva creación lírica.
--Escucha este otro, lo hice nuevamente pensando en tí:

Su caminar es denso,
vean a este pobre niño,
es Mauricio Ferriño
que anda como menso.
Nuevamente Mauri sólo mostró sus dientes en señal de sonrisa para dejar fluir más saliva por su ya inundada barbilla hasta su camisa empapada del cuello.
El recreo parecía detenerse en los dos niños. Sus risas los denotaban; feliz y satírico uno, incongruente el otro. Cada segundo se diluía en la mirada de Mauricio como si observara nubes y sombras, casi de inmediato, era vuelto a la realidad por un estirón de cabellos que le daba Javier “ya despierta, no sigas sonámbulo, niño perdido. Eres un monstruo de la naturaleza”.  Mauricio jamás hablaba, a menos que fuera sumamente necesario, como si una fuerza inexplicable y muy dentro de su ser hablara por él.  Ante el estirón de greñas, los ojitos de Mauricio comenzaron a ponerse vidriosos.
--No llores, no llores, no duele. Pareces niña --murmuraba el agresor--, mejor escucha este otro poema que se me acaba de ocurrir al verte:

Mauricio, de idiota tienes cara,
aunque seas mi compañero,
de idiota tienes cara
y por eso te pateo el trasero.

(Al finalizar, con mucha fuerza daba un puntapié a su víctima
en la parte señalada en el verso)

Entonces se terminaban las risas babeantes para dar paso al llanto, Javier aprovechó para huir a toda prisa antes de ser visto por alguno de los maestros que tenían un barullo en la cafetería.
Ya desde lejos, el poeta divisaba al conjunto de niños y alguno que otro profesor reunirse en torno a Ferriño y su llanto desgarrador y lastimero que inundaba todo el patio. Pronto la muchedumbre se hizo más y más numerosa. Las lágrimas del pequeño no cesaban. Sin ser notado, Javier llegó y se puso al frente de la masa, como si el acontecimiento le fuera totalmente sorpresivo. Tomó a Mauricio de la mano y con voz cariñosa le dijo:
-- Qué tienes, quién te ha lastimado, amigo, habla.

 Mauricio soltó un largo y ensordecedor lamento. Se hizo el silencio y de su garganta salieron algunas palabras igualmente dolorosas:

--Quiero a mi mamá. Me quiero ir con mi mamá…




POR SERGIO IVÁN RAMÍREZ HUERTA

martes, 4 de septiembre de 2012

EL HOMBRE PEZ














..............A los niños que por sentirse hombres
..............
van a buscar, diario, sirenas al mar
..............
sin pensar que éste no duerme.
..............
A mis primos.



Justo ahora que volteo hacia arriba
me doy cuanta de un sinnúmero de cosas
y no me queda de otra mas que callar.
Me doy cuanta que todas las estrellas
cayeron del cielo y se las comió el mar.
Los caracoles en el fondo saben algo
y callan, como yo,
van despacio como los trovadores
al hacer el amor,
saben de poesía como pegarse a los veleros
que les arrebata el sueño a media noche
mientras cae el sereno acompañado de insomnio.

Mientras miro hacia arriba
me percato que de cuello sólo me quedan agallas
y de las costillas me brotan aletas.
La respiración se me corta
de tajo y los ojos me hacen ver agua (verde, por cierto),
cuan solo atraviesa el mundo ante mis pupilas.
Hilos azules me conducen a placer.
Podría arrancar mi vientre a mordidas
como lo hacen los perros
al mirar, lagañosos, mil fantasmas en la oscuridad.

¿Cómo serán los orgasmos al caer la tarde?
Ahora que volteo hacia arriba, las letras
se acomodan haciendo versos en las olas
como si fuese tan fácil robar sonrisas al tiempo.
¡Y mira que me está saliendo cola!,
ya no aguanto la piel salada,
rojas, vidriosas, miro las siluetas al pasar
arrojando pregones que disimula el viento.

Ahora que volteo hacia arriba
tengo que callar como los pescadores en altamar,
¡y éste nunca se hace viejo ni tampoco duerme!
Ahora que volteo hacia arriba podría gritarlo todo,
pero sólo me resta callar y mirar.



AUTOR SERGIO IVÁN RAMÍREZ HUERTA





jueves, 19 de julio de 2012

EL LIBRO ABIERTO



Entré a la biblioteca y me empezaron a sudar las manos, ese fue el primer síntoma. Los ojos se me movían de un lado a otro tratando de encontrar un título que nunca antes imaginé ni pensé encontrar, es más, ni siquiera traía ganas de leer en ese momento. ¡Cómo carajos voy a saber qué leer si mi intención únicamente era visitar aquel recinto para recordar mi niñez! Cada pie quería dirigirse a su lado, ya retrocedía, luego avanzaba y buscaba algo en los anaqueles, enseguida me pasaba a otro y la operación era la misma, anaquel tras anaquel, en cada uno tardaba de cuatro a cinco minutos en revisar las seis hileras de ejemplares. Parecía un animal buscando su presa. El sudor bajaba de mi frente y la camisa empezó a humedecerse del pecho y la espalda. "Dónde estás, dónde estás", una voz en mi cabeza, "dónde estás, dónde estás". Mi labio inferior empezó a temblar y supe que nada andaba bien.

A su derecha están los de estadística, historia, religión, física aplicada y lenguas extranjeras, joven  dijo la anciana. Aunque si lo que quiere es algo de geografía, lógica, novelas, química, derecho..., todos esos están en la planta alta. Si busca uno en especial, ahí está el fichero.




Esa voz me era familiar y chocaba con lo que hacía hueco en mi mente "dónde estás...". Me limité a no contestar y seguir buscando por mi propia cuenta sin ayuda de nada ni de nadie. Cada libro, cada portada, cada título, cada tomo... Los visitantes, al verme cerca de ellos, se iban retirando uno a uno. Me empezaba a quedar solo y eso en una biblioteca tan grande no es bueno. De pronto llegué a la sección titulada "Grandes cuentistas de la literatura universal". Mi corazón empezó a latir deprisa. No había duda, ahí estaba lo que andaba buscando pero no sabía a ciencia cierta qué era aquello, podría ser cualquier cosa, inclusive alguna frase o enunciado dentro de los millones de letras de aquellos ejemplares del anaquel.


¿Lo puedo ayudar en algo, joven? otra vez la vieja.
No, si la requiero yo le llamo, retírese por favor, yo busco por mi cuenta.
La mujer se fue con cara de espanto al ver que yo babeaba y mi dicción estaba totalmente atrofiada. Noté que bajó las escaleras a toda prisa y salia por la puerta principal sin voltear a ver a nadie. El recinto estaba solo y aún estaba el sol en plenitud. Los dedos, al hojear cada libro, denotaban una especie severa de artritis. "Dónde, dónde...". Conforme avanzaba en la búsqueda, las víctimas deshojadas se iban a pilando en el suelo. Empecé a lagrimear y mi visión era poco lúcida.

De la parte inferior tomé un libró con pastas color marrón, lo llevé a pocos centímetros de mis ojos y no pude notar las letras. Los ojos me ardían por el esfuerzo. "Éste es, éste es". Ya no pude moverme, quise bajar y tomar una silla para tratar de leer, pero mis piernas no respondían. Me resigné a estar parado con el libro abierto. Todo era difuso y una sensación de atracción me empezó a someter como si miles brazos me quisieran arrastra y meterme en las páginas. No podía luchar con mis extremidades artríticas, mis labios secos, mi vista nublada, mis dedos chuecos, mi lengua dormida y mi nulo olfato. "Éste es, éste es". Caí en algo parecido al orgasmo; un sueño que se va entre los dedos, en un rio pequeño que recorre el mundo y se pierde en el mismo lugar de donde salió.


Yo ya no existía como tal. Los libros seguían apilados en el suelo y así se mantuvieron toda la tarde, noche, madrugada del siguiente día y mañana, justo cuando entraron los bibliotecarios del turno matutino.

Quién habrá tirado todos estos libros. Gente sin cuidado que no sabe respetar lo ajeno dijo el hombre de pelo cano. Ahora habrá mucho trabajo al organizarlos de nuevo.



Conforme acomodaba cada libro en su exacto y preciso lugar, no perdía la ocasión en leer algunas lineas de cada uno. Le pareció extraño aquel ejemplar color marrón abierto por la mitad. Más rareza le causó que las letras le hayan sido borradas de tajo en todas las páginas, la única que permanecía inalterable era la última, en ella había el dibujo de un hombre artrítico que es atrapado por una hoja blanca y su parte inferior se puede leer "Entré a la biblioteca y me empezaron a sudar las manos, ese fue el primer síntoma. Los ojos...".

Al hombre le pareció poco interesante el ejemplar y lo cerró para colocarlo en su único y perdido lugar donde alguien batallaría para encontrarlo, quizá tendría que recorrer anaqueles tras anaqueles. Cuando se cerró aquel libro, los ojos dejaron de lagrimear y ya nada supe de mí, como si alguien apagara una luz y todo en mi fuera penumbras y espera.



Por Sergio Iván Ramírez Huerta


martes, 17 de julio de 2012

Ha pasado tanto tiempo de tener olvidado este sitio, que olvidé la contraseña que pide al entrar. Batallé mucho en poder meterme. Como si el blog, en total despecho, también se ubiera olvidado de mí y adrede me haya echo trastabillar. Ya estoy de vuelta con nuevos bríos y con nuevas historias que poco a poco iré plasmando. Ojala aún me queden algunos seguidores "en-activo" que me hagan comentarios. Gracias por leerme y pronto vuelvo.