Seguidores, bienvenidos. Preparados que la función va a comenzar...

lunes, 11 de mayo de 2009

EL EQUILIBRISTA



Helada noche de abril
la tercera función
su algarabía callaba.

Era un hombre en un hilo
que detenía miradas,
luciérnagas de una caja
en rueda lo envuelven,
todos miran y nadie habla
mientras el hombre
dibuja el miedo en el aire
y fríos, los rostros miran
piruetas y caracoles.

El actor del equilibrio
en su escenario de alambre
un juego triste inventa:
dará mil pasos sin vara,
con los ojos tapados
y con el alma muerta.

En el aire de suspenso
risas al olvido pasan.
Palcos, gradas y plateas
sus aplausos enmudecen
mientras el caminante
allá va, ciego y tonto,
mitad cielo, mitad suelo
que el vértigo alimenta.

Mientras detiene el tiempo
de nada pende.
Paso a paso lento viene
por el filamento hiriente.
¿Qué tiene, qué tiene?
Se para inconsciente.

Cual broma del viento
el ave doblas sus alas.
Los cascabeles callan.
La oropéndola humana
de la nube se avienta.
Canto y llanto contrastan,
los latidos se detienen.
Un fantasma lo persigue,
volando en picada avanza.
Los aplausos apagados
por un fuerte golpe,
y corre el vocerío
que en círculo se planta.

La tragedia al fin lo alcanza,
el pájaro no hace ruido,
se detiene el espectáculo.
Ahí es cuando abril se apaga.



Por Sergio Iván Ramírez Huerta




viernes, 1 de mayo de 2009

ENTRE CIGARROS Y DIABLURAS ANDA DON TEODORO

Don Teodoro es uno de los más longevos de la colonia. Tiene una tiendita con muy pocas cosas pues hay un OXXO a media cuadra que le ganó casi toda la clientela. No cualquier tema es de su agrado. De política no habla porque “todos son una bola de rateros” y los deportes "son para gente sin quihacer”, dice. Total. El único tema que de verdad le apasiona es hablar de espantos, aparecidos, leyendas y cosas por el estilo. Hace poco puso unas mesas de billar. Es común que cada tarde esté medio llena su tiendita pues surgen las retas y hay mucha raza muy picada para eso. Los que no, pues se la pasan fumando cigarro tras cigarro. El humo hace toda una nube. Don Teodoro no para de contar historias, la mayoría ya son bien conocidas por nosotros pues no las ha dicho una y otra vez. A veces dudamos de que sean ciertas, pero la forma en que las cuenta nos hace suponer que sí.
—A mí una vez se me apareció el diablo, muchachos —dijo don Teo—. Yo estaba chavo, así como ustedes. Me topé con él, fue una cosa bien fea.
—Algo ha de haber andado haciendo —interrumpió “El piojo”, uno de los más enfadosos de la banda—. El diablo nomás se le aparece a los que andan de cabrones, don Teo.
—Ese día yo me salí de la casa muy enojado con mi mujer. Me fui a echar una cervecita a la cantina y ya pa´ cuando regresaba venía yo medio “entonado”. Era ya bien noche y aun no me tragaba el coraje que me hizo pasar mi vieja, pensaba en llegar a casa y darle un “correctivo”. Venía caminando por el Ojo de Agua y no sentí cuando se me emparejó un tipo. Pa´ serles francos no recuerdo como estaba vestido pero olía mucho a azufre. “Dame un cigarrito, Teodoro”, me dijo. Yo no quise ni voltear a verlo, nomás saqué la cajetilla y se la di. “¿Con qué lo voy a prender?”. Ya como venía medio entonado pues me di valor. Saqué de la bolsa los cerillos y prendí uno a la altura de su boca. Donde voy viendo un rostro como de chivo pero todo colorado, tenía una sonrisota que no le cabía en la cara y los ojos parece que se le iban a salir. Le miré los pies, tenía una pezuña y una pata de gallo. Me agarró del pescuezo “con que muy valiente pa´ pegarle a tu vieja”, me dijo. A mí hasta lo pedo se me quitó. “Vamos a ver si conmigo puedes, a ver defiéndete porque te voy a meter una chinga”, siguió diciendo. Me soltó y al momento sentí que me salieron alas, corrí como despavorido por toda la calle y cuando voltié aquel bulto ya no estaba. En su lugar divisé a un perro negro que se me quedaba viendo, tenía lumbre en los ojos y se estaba riendo.
—Y usté pa´ donde corrió —otra vez interrumpió “El piojo".
—Pa´ serte sincero, no sé ni pa´ donde, no sé ni como llegué a la casa. Nomás recuerdo que el corazón parecía que se me iba a salir. Estaba todo pálido. “Mírate nomás como vienes de borracho”, dijo mi mujer. Yo nunca le conté nada. Nomás me dormí y no volví a tomar en un buen tiempo.
La reta se suspende momentáneamente cuando termina la anécdota. Siempre se hace el silencio y nos volteamos a ver unos a otros.
—¿Entonces ya no bebe, don Teo? —Alguno preguntó.
—Sí, todavía me tomo mis copitas. Lo que ya no hago es regalar cigarros, no vaya a ser el diablo y mis piernas ya no están como para echar carrera. Así que ya les advertí. No me pidan “fiados o regalados” porque no hay.



Por Sergio Iván Ramírez Huerta