Casualmente en septiembre nunca escribo. Surge una impotencia que me llega hasta los huesos. No es flojera sino una especie de letargo. Los días se vuelven finitos y desesperantes como un niño que babea o hace pompas de saliva, asqueroso hasta cierto punto. Aunque tengo ideas, no logro plasmarlas en algún papel.

Y ahora que despierto, septiembre, se ha llevado tantas horas de mi vida y yo pensando en la posibilidad de borrarlo con una goma blanca para que no deje siquiera mancha.
Quién fuera un loco frente a una computadora escribiendo a los días que se han ido como una bebida por la garganta del tiempo.
Por Sergio Iván Ramírez Huerta